‘El dinero, machista lo vuelve al varón’: conflictos, separaciones y reconfiguraciones de las relaciones de género bajo la influencia de los proyectos mineros en Espinar (Perú)
'El dinero, machista lo vuelve al varón' : conflits, séparations et reconfigurations des relations de genre sous l'influence des projets miniers à Espinar (Pérou)
Resumen
Este artículo presenta los principales hallazgos de mi tesis de maestría, que estudia las reconfiguraciones de las relaciones de género bajo la influencia de los proyectos mineros en la provincia cusqueña de Espinar, al sur de los Andes peruanos. En el contexto mas amplio de transformaciones socioeconomicas profundas, se propone analizar los conflictos de pareja y las separaciones como un conflicto de género por acceso a los recursos derivados de la megaminería; así como por el control y la apropiación del trabajo y los cuerpos femeninos.
Palabras claves: Minería; Relaciones de género; Sexualidad; Acceso a recursos.
Résumé
Cet article présente les apports principaux de mon mémoire de master, où j'ai étudié les reconfigurations des relations de genre sous l'influence des projets miniers dans la province d'Espinar (Cusco), au sud des Andes péruviennes. Dans le contexte plus large des transformations socio-économiques profondes, on propose d'analyser les conflits de couple et les séparations comme un conflit de genre en raison de l'accès aux ressources dérivées de l'exploitation minière massive; ainsi que le contrôle et l'appropriation du travail et des corps des femmes.
Mots clés : Activité minière ; Relations de genre; Sexualité ; Accès aux ressources.
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Caroline Weill
Master 2 en Etudes Comparatives du Développement
EHESS, France
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Reçu le 11 octobre 2020/Accepté le 12 juillet 2021
‘El dinero, machista lo vuelve al varón’[1]: conflictos, separaciones y reconfiguraciones de las relaciones de género bajo la influencia de los proyectos mineros en Espinar (Perú)
Introducción
En los treinta años de convivencia con los proyectos mineros Tintaya y Antapaccay la vida en la provincia de Espinar ha cambiado radical y exponencialmente. A equidistancia de las ciudades de Cusco, Arequipa y Puno, con una altura promedio de 3900 msnm, esta provincia principalmente quechua hablante y campesina se ha vuelto uno de los focos de atención nacional en los últimos años. El conflicto socio-ambiental del 2012, que costó la vida a tres personas, es por ejemplo testigo de las facturas sociales que caracterizan los contextos mineros (Barriga, 2012; Burneo y Chaparro, 2010). Sin embargo, la conflictividad de dichos contextos se manifiesta de múltiples formas (Bebbington y Bebbington, 2009). Una de ellas, planteo aquí, es la multiplicación de las separaciones – fenómeno relativamente nuevo según los testimonios recogidos en Espinar – y que me llamó la atención en trabajos de campo anteriores. Trataré de mostrar cómo las tensiones dentro de las parejas podrían expresar, indirectamente, la conflictividad en contexto minero dentro del ámbito “privado”, espacio clave de la reproducción y renegociación de las relaciones de género.
Si los impactos de la megaminería en Perú y América latina son objeto de una ya amplia literatura (Bebbington et al., 2007; Gudynas, 2012; Svampa, 2016, entre otros), su dimensión de género – en el caso peruano al menos – es algo menos estudiada. Algunas autoras insisten en el impacto específico y diferenciado de la minería en la vida y los cuerpos de las mujeres (Cuadros, 2011; Himley, 2011), con mayores impactos que en los hombres (Jenkins, 2014). Otros trabajos se centran en la dimensión de género de los conflictos (Silva Santiesteban, 2017; Grieco, 2018), evidenciando los impactos específicos de dichos conflictos en las mujeres así como sus estrategias de resistencia. Por su parte, en un reciente trabajo, Pérez, De la Puente y Ugarte (2019) han mostrado que el trabajo de cuidados de las mujeres campesinas de la región de Apurímac es una suerte de subvención a la acumulación del capital para la empresa dueña del proyecto minero Las Bambas.
Recordemos que un importante sector de la sociedad peruana presenta la minería como único e inevitable camino hacia el aspirado desarrollo, y que otro sector, en el ámbito académico, ha llegado a sugerir que “el desarrollo minero [...] ha creado nuevas avenidas para la autonomía de las mujeres” (Castillo y Brereton, 2018). En este contexto, resulta importante estudiar detalladamente qué efecto tiene la minería en las relaciones de género en sí – entendidas como relaciones que estructuran toda la sociedad, y no sólo en lo que atañe a las mujeres (Segato, 2016, en de Assis Clímaco, 2016 : 22). El estudio de dichas relaciones sociales, en el Perú, se ha centrado principalmente en las identidades, valores y representaciones de género (Fuller, 2001; Weismantel, 2001; Ruiz Bravo, 2004; Oliart, 2012). Sin embargo, la perspectiva feminista materialista que propongo en este trabajo, “para [la] cual el factor determinante en la diferenciación entre hombres y mujeres es la apropiación material del cuerpo de las mujeres” (de Assis Climaco, 2016 : 35) y de su trabajo, podría representar una mirada complementaria a esos estudios. Centrándose en temáticas como el acceso a los recursos ; la división sexual del trabajo y la apropiación de los productos del trabajo ; la organización social de la reproducción – y, en el caso de Tabet, el continuum del intercambio económico-sexual[2] – este marco de análisis permite pensar de forma conjunta las cuestiones económicas y las relaciones sociales de género[3], algo de particular interés en los contextos mineros, que viven transformaciones socioeconomicas aceleradas (Hervé, 2013).
La primera hipótesis de este trabajo es que los conflictos dentro de las parejas en el contexto minero de Espinar son el resultado de la desigual repartición de los costos y de los beneficios de las actividades mineras en función del género, en una suerte de “masculinización de las ganancias” y de “feminización de las pérdidas” (Grieco, 2018 : 301). En segundo lugar, planteo que la profundización de la desigualdad de acceso a los recursos económicos por género – vinculado a la presencia de un grupo de hombres (“los mineros”) con mayor capacidad económica y prestigio social – implica una transformación de las modalidades concretas del intercambio económico-sexual (Tabet, 2005). Así, este intercambio ya no sucede sólo dentro del estricto marco de la familia heterosexual (con hombres campesinos) sino que pasa a constituirse un mercado de servicios (retribuidos por un pago explícito y en dinero – en dirección de los mineros), generando un conflicto entre estas categorías de hombres por la apropiación de las mujeres (Guillaumin, 1978) y de su trabajo.
Para eso, me baso principalmente en dos trabajos de campo. Durante el primero, a inicios del 2017, realicé 40 entrevistas semi-estructuradas a mujeres de las ocho comunidades “del área de influencia social” del proyecto minero Antapaccay (Cala Cala, Alto Huarca, Huarca, Alto Huancané, Bajo Huancané, Huisa, Huisa Ccollana, et Tintaya Marquiri) así como a unos 15 representantes de distintos sectores sociales en la capital provincial, Yauri[4]. El segundo trabajo de campo se realizó en setiembre 2019, esta vez exclusivamente en Yauri: desarrollé otras 40 entrevistas a hombres y mujeres separados, a funcionarios de las instituciones judiciales y municipales, organizaciones sociales (Club de Madres, Federación Campesina, etc.) e instituciones sociales (Iglesias, colegios). Complementé la información levantada con archivos judiciales proporcionado por el Tribunal mixto de Espinar, así como observaciones propias en el terreno.
Si bien resulta delicado reflejar con exactitud la complejidad social en todos sus matices – y con más razón en una zona minera – es el propósito de la ciencia proponer modelos, es decir simplificaciones, a fin de volverla inteligible. Para la necesidad de este artículo, trabajaré con una tipología de actores como sigue : por un lado, los varones campesinos espinarenses, que tienen (si es que tienen) un acceso precario a los ingresos monetarios derivados de la actividad minera, con empleos temporales, rotativos, y poco remunerados (ya que poco tecnificado). A menudo, esta categoría de hombres se ve obligada a migrar temporalmente lejos de Espinar para conseguir ingresos. Por otro lado, encontramos a los “mineros”, hombres urbanos/urbanizados provenientes de ciudades grandes del Perú – o los pocos locales que se han particularmente beneficiado de la presencia minera – y ejercen empleos más tecnificados y mejor remunerados (ingeniero, obrero perforista, operador de maquinaria pesada, etc). Suelen quedarse trabajando en Espinar un año o dos, antes de regresar a su lugar de origen, o de irse a trabajar a otro lugar. En cuanto a mujeres, trabajaré con tres categorías. Las mujeres campesinas – identificadas, más que por su lugar de residencia, por su vinculo con la actividad agrícola, aunque sea parcial, por moverse mucho entre la zona urbana (para el estudio de sus hijos) y la comunidad (para atender a la chacra y los animales). Son la mayoría en Espinar y Yauri: sin embargo, también encontramos algunas mujeres profesionales, que han estudiado en la ciudad y han regresado para un puesto de trabajo en el municipio o en alguna institución del Estado. Finalmente, las “mujeres del minero” son aquellas cuya pareja trabaja de forma estable en un empleo bien remunerado dentro de la jerarquía del sector minero y viven en Espinar. De nuevo, son minoría, en el sentido que las parejas de los mineros suelen vivir en otras ciudades. Si esta tipología y categorías resultan parciales, considero que son operativas para el análisis esquemático que se pretende plantear aquí.
Este trabajo se divide en las siguientes secciones. En una primera parte, propongo un análisis de las transformaciones socio-económicas en la provincia minera de Espinar a partir de una lectura de los roles productivos y reproductivos de género. En segundo lugar, intento mostrar cómo la presencia de los mineros altera y presiona las relaciones de pareja (formación, convivencia, separaciones), en un contexto donde las mujeres (solteras o casadas) tienen la esperanza de formar con un minero una relación que les permita estabilizar su situación económica. En tercer lugar, subrayo la manera en que la masculinización del acceso a los recursos a través de un buen salario termina siendo un mecanismo de control sobre las mujeres dentro de las parejas. Asimismo, esto no deja de ser en parte desafiado por la cada vez más frecuente apelación de las mujeres a instancias judiciales para defenderse. Finalmente, el último capítulo busca plantear esquemáticamente las reconfiguraciones de las modalidades concretas del intercambio económico-sexual, al desarrollarse un mercado de servicios más o menos abiertamente sexuales. Esto va de la mano, en la zona urbana espinarense, con la difusión de una masculinidad “de conquista” más agresiva – al contacto con la masculinidad hegemónica (Connell, 1997 ; Fuller, 2001) de los trabajadores del sector minero – a la que corresponde una sexualización de los cuerpos femeninos.
I. Impactos de la minería y transformaciones socio-económicas desde una perspectiva de género en Espinar
Una amplia literatura científica describe y analiza las transformaciones sociales que atraviesan las comunidades andinas con la implementación de proyectos mineros; desde la alta conflictividad y fragmentación social dentro de las comunidades aledañas (Barriga, 2012; Burneo y Chaparro, 2012), hasta la introducción o expansión del trabajo asalariado y de la economía monetaria en sociedades aún relativamente autónomas del mercado global. De hecho, la competencia por el uso de los recursos naturales (principalmente, el agua y la tierra [Damonte, 2012]), implica que éstos pasan de ser destinados a la agricultura – para la autoproducción y autoconsumo (asegurando “cierto equilibrio de subsistencia al margen de la economía monetaria” [Hervé, 2013 : 71]) – a ser destinados a la megaminería, debilitando dicho equilibrio de subsistencia de las comunidades. En Espinar, la contaminación de los suelos y del agua[5] contribuye a ese fenómeno de pérdida de autonomía económica de los y las campesinas. Además, observamos una forma de monetización de la vida económica : introducida en parte por la migración masculina temporal (Oliart, 2005 ; Cortès, 2011) en función de las necesidades del calendario agrícola, se ve acelerado con la inyección de grandes cantidades de dinero en la provincia de Espinar (Cáceres, 2013). Ello viene acompañado de la pérdida o subordinación de mecanismos tradicionales de intercambio de bienes y servicios, como lo afirma un comunero de la provincia vecina de Cotambambas, también ubicada en una zona de influencia minera :
“Antes hacíamos ayni para trabajar en el campo. Hoy voy a tu chacra, mañana vienes a la mía. Ahora, pero, nadie quiere trabajar gratis, hay que pagar un jornal, y cuesta 30 o 35 soles, nadie tiene tanto dinero, entonces ya no trabajamos [en las chacras], sólo no se puede”.
Así, el acceso a bienes y servicios está cada vez más necesariamente mediado por el dinero. Esta integración de la economía campesina al mercado, si bien no es algo nuevo (Diez, 2013), se ve acelerado por el proceso minero, así como la transformación de los hábitos de consumo (Grieco, 2018) y el aumento del costo general de vida (Damonte, 2012).
Es en este contexto que asistimos “a una masculinización del trabajo asalariado en el ámbito rural minero [que] corresponde una feminización de las actividades agrícolas y ganaderas, a menudo negativamente afectadas por el acaparamiento de los recursos en tierra y agua vinculado a la minería” (Grieco, 2018 : 97).
En Espinar, las cifras del INEI indican una generalización del trabajo asalariado o remunerado en las últimas décadas, y que son mayormente los hombres que se incorporan en él. En el Censos de Población del 1993, 18% de las mujeres y 29% de los hombres espinarenses eran “económicamente activos” (el trabajo siendo entendido por el INEI como una actividad remunerada en dinero, es decir, monetizada). En el 2017, eran 43% las mujeres y 70% los hombres “económicamente activos” : ello implica un aumento de la proporción de mujeres teniendo acceso a una actividad remunerada es de 25 puntos en este periodo, mientras el de los hombres de 41 puntos. Efectivamente, desde hace décadas, la búsqueda de un empleo remunerado es una tarea asignada a los hombres (De la Cadena, 1992). Así como me comentó una comunera espinarense : “nosotras las mujeres más estamos con los animales, y los hombres van a buscar dinero”.
Sin embargo, esta división sexual del trabajo (Kergoat, 2005), en general más rígida en los discursos que en la práctica (Oliart, 2005), se hace menos flexible en los contextos mineros. Primero, en los convenios de las comunidades “afectadas”[6] con la empresa minera, se suele negociar un puesto de trabajo (aunque rotativo, temporal y poco calificado en la jerarquía de los empleos del sector minero) para el “jefe de familia” – generalmente un hombre. Segundo, a medida que se debilita la multiocupación tradicional de la economía familiar campesina (Hervé, 2013) y que la sobrevivencia económica depende cada vez más del acceso a ingresos monetarios, la tarea principal y exclusiva obligación de los hombres, en los testimonios recogidos en Espinar, es “conseguir dinero” (migrando, trabajando “con la mina” u en obras publicas). Si no están en un trabajo remunerado, muchos campesinos “patean lata”, esperan, se dedican a otras cosas : asumen con más dificultad las tareas no remuneradas en el quehacer familiar.
Frente a ello, en las comunidades, son las mujeres las que mayormente se encargan de las actividades agropastorales (Remy, 2014) – precisamente aquellas que son negativamente impactadas por las consecuencias ambientales de la minería. Es, pues, el trabajo productivo y el aporte de las mujeres a la economía familiar que es afectado (Li, 2009). Además, el trabajo reproductivo (la carga mental y emocional) que se les asigna, es más pesado (preocupación por la salud de los hijos y de los animales, seguimiento médico, etc.). Pero también muchas mujeres se ven obligadas a buscar fuentes de ingresos monetarios, por más precario, mal pagado y agotador que sean : venta ambulante, apoyo puntual en cocina o trabajo doméstico, etc. Este aumento significativo de la carga de trabajo de las mujeres campesinas en contexto minero (Cuadros, 2011) es mejor resumido por las palabras de una comunera entrevistada : “Nosotras las mujeres, somos demasiado ocupadas para ser felices”.
En el marco de lo que la geógrafa feminista Sylvia Chant (2006) ha llamado “la feminización de la responsabilidad y de la obligación”, podemos considerar que, a la par que incrementa, se desvaloriza el trabajo de las mujeres, su tiempo y su esfuerzo (Weill, 2021). Una comunera comenta : “Los hombres no valoran nuestro trabajo de artesanías, quieren dinero rápido”. Otra agrega : “el dinero, machista lo vuelve al varón, y poca cosa le hace a las mujeres y por eso los abandona”. Así, según lo expresan las mujeres entrevistadas, trabajar más horas para menos reconocimiento implicaría que su trabajo valga menos que el de los hombres, ya que se va estableciendo que el único “trabajo” es aquél que es remunerado (Silva Santiesteban, 2018).
Finalmente, la conjunción de todos esos factores implica una mayor dependencia económica de las mujeres hacia los maridos (que, con o sin acceso a los ingresos derivados de la minería, son quienes concentran la mayor parte de los ingresos monetarios familiares). Ello significa a su vez que en el marco familiar, la voz de las mujeres pesa relativamente menos al momento de decidir de los gastos familiares: varias entrevistadas afirman que, al considerar que sólo él trabaja, no tiene que “rendir cuentas” y puede gastar en alcohol u otro sin que ella tenga voz ni voto – y muchas mujeres declaran resignadamente que a su marido “le va y le viene” las necesidades de la familia, razón por la cual tienen que buscar trabajos remunerados, aunque sean precarios.
II. Las “nuevas” estrategias matrimoniales, entre asimetrías y tensiones
Una estrategia observada para compensar esta creciente asimetría de poder dentro de las parejas, es el migrar hacia la capital provincial, Yauri, en la esperanza de encontrar un (mejor) trabajo remunerado (Weill, 2019). Otra es (re)negociar mejores alianzas matrimoniales: buscar un marido que les asegure cierto estatus social y material. En un contexto de rápida transformación de las lógicas de formación de las parejas en los Andes rurales (Oliart, 2005), según varios entrevistados hombres y mujeres, la presencia de los trabajadores mineros hace “perder la cabeza” a las mujeres, solteras tanto como casadas, presionando asimismo las relaciones de pareja.
Estas cuestiones resuenan a fenómenos que escapan a los contextos mineros específicamente y permiten así plantear preguntas de interpretación de más amplio alcance, evitando la sobreinterpretación de los resultados en relación a la minería. En ese sentido, Patricia Oliart (2005 : 9), en un estudio en la provincia cusqueña no-minera de Quispicanchis (a 80km de Espinar), nota una “pérdida de eficacia de los sistemas tradicionales de control social de las comunidades para garantizar la formalización de las parejas jóvenes con hijos”. Bajo la influencia de una cultura sexual urbana “recreativa” (aprendida principalmente por los varones jóvenes durante sus temporadas de migración) y de los lugares de socialización mixtos sin supervisión de la comunidad (en particular el colegio), Oliart observa que la sexualidad y la formación de las parejas, que solían ser estrictamente vigiladas por la comunidad, lo son cada vez menos. Paralelamente, subraya que la comunidad pierde su función de regulación de las uniones matrimoniales, cuya importancia económica es notable para las economías agrícolas familiares.
Es en este contexto más general que interviene, en Espinar, la figura del “minero” (Grieco, 2018) : hombre generalmente proveniente de o viviendo en una ciudad grande, que percibe altos ingresos económicos y goza de un prestigio social importante . Muchas jóvenes espinarenses sueñan con establecer una pareja con un ingeniero, un obrero perforista, operador de maquinaria pesada u otro técnico-profesional, a fin de asegurar su situación económica. El estatus material y simbólicamente prestigioso de los mineros genera una situación de asimetría tal que son numerosos los casos de “engaño”, para usar el término de los y las entrevistadas : el minero afirma estar soltero para establecer una relación sexual/amorosa con las jóvenes, que a su vez buscan establecer una unión estable. Sin embargo, resulta que él tiene familia en su lugar de origen, y la termina abandonando, a menudo con hijos, desapareciéndose de pronto. Es interesante notar que el número de “madres abandonadas” es sustancialmente mayor en Tintaya Marquiri, la comunidad campesina más cercana al centro de operaciones mineros (un tercio, aproximadamente, del total de embarazos, según las distintas entrevistas[7]). Frente a esos hombres de altos recursos (económicos y sociales), los mecanismos de presión comunales a fin que asuman sus responsabilidades – para retomar la expresión de Patricia Oliart (2005) – en caso de embarazo son muy precarios, y hasta casi inexistentes.
Sin embargo, como varios entrevistados de distintas categorías sociales lo subrayaron, “los mineros se meten con solteras y casadas por igual”. Así, la cuestión de las infidelidades femeninas es un tema de gran preocupación en Espinar (aunque las cifras tienden a indicar que la gran mayoría de infidelidades son masculinas[8]). Muchos entrevistados, varones y mujeres, rurales y urbanos, declararon que las mujeres casadas “se portan como solteras por la plata”: un comportamiento considerado muy sexual, un descuido de las responsabilidades del hogar a cambio de conseguir un “mejor trato” (afectivo y material) con un hombre “de fuera”. Sin embargo, al igual que para las mujeres solteras, la asimetría de poder afecta las mujeres que se separan para “irse con un minero”: muchos tienen aventuras en Espinar teniendo una familia en su lugar de residencia permanente, prometiendo una relación antes de irse de pronto.
Ante esa situación, los hombres espinarenses (que no trabajan, o no permanentemente, en el sector minero) entrevistados expresan con amargura una sensación de competencia desleal con los mineros que tienen un empleo permanente, altamente calificado y mejor pagado – competencia no sólo en cuanto a la capacidad laboral y económica (Fuller, 2001), sino a la capacidad sexual y marital. Como me lo comentó un comunero : “el hombre que no tiene trabajo, que es humilde, que no tiene plata, que no puede, la mina influye, y las mujeres se van con los mineros.” Los testimonios recogidos claramente vinculan el acceso a los recursos monetarios, el estatus masculino y la capacidad de “mantener a una mujer a su lado”, es decir de control sobre “su” mujer. Los celos hasta violentos de los esposos – con insultos refiriendo a la sexualidad femenina y su posible infidelidad, reflejados en entrevistas y archivos judiciales – es otra expresión de la sensación de pérdida de control sobre las mujeres. Así, en este contexto, se puede entender el ejercicio de la violencia de género como un intento para mantener o recobrar el control sobre las mujeres (Tabet, 2018), cuyas opciones matrimoniales parecen ampliarse en desmedro de los hombres espinarenses no mineros. Asimismo, las leyes que protegen a las mujeres ante la violencia de género son percibidas como otra forma de amordazar su autoridad masculina sobre ellas, alimentando una frustración latente.
III. Masculinización del acceso a los recursos y control sobre las mujeres
Para los hombres, pues, acceder a buenos ingresos económicos es crucial para asegurar su estatus masculino: de ahí que la masculinización del trabajo asalariado no sólo es una situación de facto, sino que es un proceso continuo para excluir a las mujeres del acceso a los recursos y reforzar su dependencia económica, como lo veremos a continuación.
Una consecuencia importante de la masculinización del trabajo asalariado es una suerte de derecho exclusivo al goce de los frutos de dicho trabajo. En base a observaciones directas, testimonios y archivos judiciales, parece ser una situación común que las mujeres estén “rogando” a su esposo para que “pase plata” para los gastos familiares – tenga ingresos importantes o no. El uso de la violencia para que no reclame más dinero al esposo, o para que no acceda a un trabajo remunerado, no es extraño. Así cuenta A., comunera ahora separada del padre de sus hijos:
“La violencia era porque no me daba plata, entonces yo exigía alimentos para su hijo, […] “estoy sin plata” me dice, se fue corriendo en moto a donde su mama. Bonito le dije, qué vamos a comer en todos los santos, ya llegaron los hijos, dame plata, le digo. “no tengo plata” me dice. […] Su hermana sale, “a qué vienes tu, qué quieres con mi hermano, a qué vienes” ella me mete la mano, él también. El juicio con ellos todavía sigue.”
Notemos la ruptura importante que ello representa en sociedades andinas donde las mujeres suelen ser las gestoras de la economía familiar (Ruiz Bravo, 2004): los hombres consideran cada vez más que su salario es exclusivamente de ellos ya que su esposa “no trabaja” (de forma remunerada). Según las palabras de una comunera de Huarca: “Para él era su salario, su trabajo que había hecho durante todos los años que hemos vivido, solo era de él, más no la mía”. De alguna forma, el salario es percibido como la retribución individual de un trabajo individual, contrastando con la lógica colectiva del tipo de trabajo agrícola tradicional (Gonzales de Olarte, 1984).
Empero, y de forma contradictoria, se observa una presión para que las mujeres no realicen trabajos remunerados: “le trata de mantenida que gracias a su sudor ella come y vive, habla de su plata es por eso que ella se puso a trabajar sin embargo […] no quiere que trabaje, que sólo trabajan las mujeres que putean con varones”, señala un testimonio para el Centro Emergencia Mujer. También se me mencionó el pedido de hombres a distintas organizaciones como el Municipio (importante proveedor de empleos en regiones rurales) que no se otorgue empleos a mujeres, “porque se metían con los ingenieros” subraya una entrevistada.
Resistencia a redistribuir los ingresos masculinos dentro de la familia, y a la vez, presión para que las mujeres no consigan ingresos propios: lo que parece estar aquí en juego, es la exclusión de las mujeres del acceso y del manejo de recursos monetarios. Ello implica mayor dependencia económica, y por ende capacidad de control de los esposos sobre ellas (DHSF, 2019) : en las palabras de una comunera de Alto Huarca, “las mujeres tienen que aprender a buscar dinero con un negocio, porque así casi no nos controlan. No saben cuanto ganamos o perdemos”.
Al masculinizarse el acceso al dinero, se masculinizan también aquellas cosas que el dinero permite: el tiempo libre (contraparte del tiempo “trabajado” para conseguirlo) y la capacidad de consumo (en particular de alcohol, símbolo mismo de la diversión). Esto es particularmente observable en las ferias, donde las mujeres venden comida y cerveza (trabajo productivo, aunque poco rentable) y cuidan los hijos (trabajo reproductivo no remunerado), mientras los hombres disfrutan del consumo y tiempo libre. La masculinización del salario y del tiempo libre, la estigmatización de las mujeres que toman y/o que se divierten[9] – una forma de exclusión simbólica de las mujeres de esas prerrogativas masculinas – así como el incremento global de la carga de trabajo femenino, es lo que permite la apropiación del trabajo de las mujeres por parte de los hombres (Tabet, 2018).
Ahora bien, el control sobre las mujeres y la apropiación de su trabajo no es algo fluido, sino que encuentra oposiciones y crea conflicto. Las mujeres acuden cada vez más a las instituciones judiciales del Estado (Juez de Paz, Tribunal Mixto) para exigir que se imponga la participación económica del varón a los gastos familiares, a través de juicios por alimento. En un contexto donde solían ser los hombres los interlocutores entre el Estado y las comunidades (Oliart, 2005; De la Cadena, 1992), eso es un proceso relativamente novedoso. Sin embargo, esta estrategia no deja de tener ambigüedades. Por un lado, la legislación nacional prohíbe la contratación de varones que tendrían juicios por alimentos, teniendo como consecuencia que algunas mujeres duden en denunciar el hecho, por miedo a entorpecer su propio acceso a recursos monetarios a través del varón. Segundo, la relación con algunos funcionarios del Estado reproduce formas de violencia racista y clasista (Méndez, 2000 ; Ruiz Bravo, 2004): por ejemplo, durante una entrevista, un juez expresa: “tu qué crees, que porque son campesinas así sucias no son… ¡son tremendas!”, o también “todos son iguales, embrutecidos por el alcohol, ahí está su animalidad”. En la misma linea, la forma en la que otros funcionarios policiales o judiciales tutean a las usuarias, o se dirigen a ellas con irritación o enojo mientras ellas bajan la mirada, también llama la atención. Tercero, hacer denuncias judiciales es una estrategia bastante costosa en términos de tiempo, dinero, y daños emocionales – ya que a veces los juicios no desembocan en nada. Son pocas las mujeres residentes en Espinar que, habiendo accedido a estudios, a migrar a la ciudad y a garantizar ingresos propios, viven las separaciones como una liberación más que como una catástrofe que amenaza su capacidad de sobrevivencia.[10]
En estas relaciones de género bajo tensión, donde se disputan recursos económicos y sociales para el control sobre, o la autonomía de las mujeres; la estrategia masculina más eficiente es garantizar ingresos todavía más altos para si. Las únicas personas que no realizan un trabajo asalariado y/o remunerado son las parejas de mineros, que gozan de un salario importante y estable. Si es un “alivio” de la responsabilidad de asegurar un trabajo remunerado (y una menor carga de trabajo), es un argumento de negociación y ejercicio de una forma de control sobre el espacio físico y social en el cual se desenvuelve la mujer, en un « ideal femenino de movilidad controlada » (Bonfil, 1998, citada en Oliart 2005: 20). Cumplida su obligación de proveer ingresos monetarios, parece desaparecer cualquier otra responsabilidad exigible a los hombres. En las palabras de J., joven madre de familia con educación superior:
“he visto que varias esposas de los que trabajan en la mina: no trabajan. Ellas están mas en casa, atendiendo a los hijos. Entonces hay supongo que hay varias limitantes, pues no. La mujer no tiene poder económico, y también he visto se dice ‘pero si el trabaja, puede engañar, puede hacer lo que quiera, porque él trabaja’ ”.
De hecho, según el Tribunal letrado de paz, la mayor parte de infidelidades viene de hombres, pero sólo son denunciadas cuando dejan de “pasar plata”. Las infidelidades masculinas, a su vez, crean una forma de competencia entre mujeres por el hombre que les provee: para la secretaria de la parroquia de Yauri, para “ganarle a la otra” hay que ser una “buena mujer”, darle placer al hombre. Esta competencia funciona así como un mecanismo de disciplinamiento de las mujeres y de domesticación de su comportamiento, reforzando estereotipos y roles de género. La consciencia de que la masculinización de los altos ingresos monetarios funciona como un dispositivo de control (Tabet, 2018) parece ser difusa pero extensa en las entrevistas realizadas.
Como lo señaló Paola Tabet (2005), esta asimetría económica por género más aguda se refleja en la acentuación de la unidireccionalidad de la sexualidad en el marco del espacio “legítimo” del intercambio económico-sexual: el matrimonio y la familia heterosexual. A su vez, para los “mineros” y varones con altos ingresos económicos en general, la ostentación de una multiplicidad de parejas – y por tanto, del ejercicio de control sobre una multiplicidad de mujeres – sirve de demostración de una alta posición en la jerarquía de los hombres.
Por supuesto, la dominación masculina no ha aparecido con las actividades mineras. Más bien, al igual que De la Cadena (1992), me interesa aquí analizar las reconfiguraciones de las formas de dominación masculina a través del tiempo y en el marco de las transformaciones socioeconomicas que genera la gran minería. Si, como lo muestra Hervé (2013 : 69), el trabajo asalariado – que se generaliza con la introducción de la actividad minera – es un “instrumento de dominación” que asegura una forma de control de la empresa minera sobre las comunidades ; siguiendo la idea de “patriarcado del salario” de Federici (2018), también es un dispositivo de control de los hombres asalariados sobre las mujeres. Subrayar las modalidades de articulación de las relaciones de dominación y dependencia económica y sexual, sirve para poner de relieve las complicidades y los acuerdos tácitos que permiten la reproducción de las mismas (Lugones, 2008). Dentro del “pacto patriarcal dependiente” (de Assis Clímaco, 2016), vemos como el patriarcado central (minero, urbano, capitalista) asegura la colaboración de los hombres campesinos a cambio de una cuota de poder sobre las mujeres: a través de la promesa de un buen salario, para lo cual buscan negociar con la empresa minera (o, en algunos casos, con el Estado).
IV. Hombres conquistadores, mujeres sexualizadas, y desplazamiento del intercambio económico-sexual
La cuestión de la infidelidad es transversal y central en las entrevistas, y como lo hemos visto, íntimamente articulada a la cuestión económica en acelerada transformación con la presencia minera. Interesarse detenidamente en la recomposición de la ideología y de las prácticas sexuales es, pues, clave para entender cómo la minería afecta las relaciones de género. En esta última parte del presente artículo, me limitaré a presentar algunos esbozos de análisis que surgen de mi tesis de maestría, pero que merecerían mayores indagaciones y futuros trabajos que lo detallen con más precisión.
En muchas de las entrevistas realizadas, se mencionó que “los hombres cambian” cuando empiezan a trabajar con la mina o a ganar mucho dinero. Como lo comenta V., periodista espinarense:
“es notable eso […] como una persona que antes era humilde, era social, una vez que llega a trabajar en una empresa minera, llegan a tener lógicamente dinero, a raíz del dinero en sí, […] cambia no solamente con sus amigos, con su comunidad, sino también, lo peor es que cambia con su propia familia, en este caso con su pareja, abandonando a sus hijos, o llegan a tener otras parejas, fuera de su hogar. Y el cambio es radical, hay mucha gente que lamentablemente ha llegado a separarse primero.”
En una conversación con dos trabajadores mineros, me explican además : “Viene gente de fuera que traen otra cultura. Dicen ‘qué, pudiendo [tener a otra], nunca lo has hecho?’ Y pling, el otro se pone a pensar y quiere probar”. Este testimonio sugiere que se van ‘aprendiendo’ otras masculinidades, entrando en contacto las normatividades de género locales, rurales con las urbanas y hegemónicas (Connell, 1997 ; Segato, 2015). En efecto, hay indicios que el recurrir a la infidelidad “porque se puede”, es un elemento aprendido en contacto con los mineros “venidos de otros lugares”, es decir, de las principales zonas urbanas del país. El mostrar, ante otros hombres, la capacidad de iniciativa sexual parece ser central de ese ‘aprendizaje’: desde ostentar camionetas caras al frente de los lugares de prostitución, hasta llevar ropa de trabajo minero en los bares y las discotecas, o reivindicar, en espacio de homosociabilidad, el tener varias parejas… Esto se ve reflejado en un anécdota personal en la plaza central de Yauri, cuando me encontré objeto de seducción de un minero bastante mayor que yo, originario de una comunidad “afectada” y que venía trabajando en la mina por una década. Frente a sus colegas que lo pifeaban, riéndose, su actitud coqueta hacia mi, que contrastaba netamente con el comportamiento que suelen adoptar los comuneros con mi persona (una mujer joven, blanca, extranjera), es un ejemplo de la actitud ‘conquistadora’ de los hombres en contacto con el sector minero, y de su dimensión performativa ante sus pares. Sin embargo, el máximo ejemplo de esto, sigue siendo la frecuentación de lugares de prostitución, y así demostrar de que uno “puede”, económica y sexualmente.
En un contexto poscolonial donde la masculinidad indígena ha sido, y sigue siendo, feminizada y asociada a la impotencia sexual (Segato, 2015), se podría sugerir que se trata, para los hombres espinarenses, de adquirir los medios materiales pero también de demostrar su masculinidad adoptando los patrones de la masculinidad hegemónica (Connell, 1997) – urbana, “blanqueada”[11] por la conquista sexual – para así restaurar la “virilidad perjudicada” de la “masculinidad racializada” (Segato, 2015: 87).
Este aprendizaje de una masculinidad urbana-hegemónica ‘conquistadora’ se da paralelamente a una sexualización de los cuerpos femeninos, inevitablemente enmarcada también en patrones etno-raciales. Así, vemos cómo en Espinar, se han multiplicado los bares y discotecas desde hace unos diez años, frecuentados por una población más bien urbanizada (trabajadoras del Estado o del municipio, de programas sociales diversos, etc. – las mujeres originarias de las comunidades suelen “tener miedo de pisar ese lugar”). Se observa en esos espacios una suerte performance de los cuerpos femeninos sexualizados (en cuanto a la postura del cuerpo y las miradas lascivas hacia los hombres, y una cierta consciencia del cuerpo propio como objeto de deseo en el espacio). Esta sexualización “a lo urbano” llama la atención por el contraste con lo que se puede observar en las calles, de día, en las mujeres originarias de las comunidades (más bien tímidas, con ropa menos pegada al cuerpo). Es de notar que en los lugares frecuentados por los mineros, las mujeres tienden a asumir esta forma de vestir y de actuar : desde las discotecas hasta los restaurantes de Tintaya Marquiri (comunidad más cercana al centro de operaciones mineras), pero también en propagandas como la del consorcio TEPSUR, empresa de formación técnica en el sector minero, cuyo imaginario pone en escena ese tipo de cuerpos femeninos sexualizados (véase la fotografia adjunta).
Fuente: fotografía realizada por la autora
Pero los espacios que favorecen la percepción sexual de las mujeres comuneras también se multiplican: la cantidad de fiestas, de ferias, de concursos y demás ha aumentado mucho debido a la cantidad de dinero en circulación en la provincia minera. La multiplicación de esos espacios de diversión es comprendida Pero lo que más contribuye a sexualizar a las mujeres es el desarrollo de un abanico de trabajos remunerados que presentan un carácter más o menos abiertamente sexual. El desarrollo de la prostitución en las zonas mineras, a menudo ejercido por mujeres provenientes de otras regiones del país (Cuadros, 2011), es un hecho ya ampliamente documentado (Grieco, 2018 ; Machado, 2018). Sin embrago, otros tipos de servicios de carácter sexual se desarrollan también : la atención en bares o cantinas, que no implica necesariamente prostitución, sino servicios de compañía que no dejan de tener un carácter sexual, como es el sistema de ficha. Mujeres, a menudo muy jóvenes y provenientes de las comunidades de Espinar y provincias vecinas, acompañan a los clientes del bar (generalmente trabajadores de los proyectos mineros cercanos y que pasan por Espinar) y les hacen consumir licor. El pago por su servicio es en tickets (de un valor de unos 10 Soles) entregado por los dueños del bar por cada jarra que sus clientes compran mientras ellas los acompañan. Además, incluso para acceder a trabajos remunerados que no son aparentemente sexuales (ser cantante folclórica, por ejemplo) es a menudo insinuado que es necesario brindar una contraparte sexual.
Particularmente, la precariedad económica y la desvalorización simbólica de las madres solteras les empuja a buscar trabajo en un sector donde se les exige disponibilidad sexual. En las palabras de una comunera: “si una mujer se separa, hasta un perro tiene más valor que ella, es lo que dicen”. Si una mujer está separada, o ha tenido varias parejas en su vida, sería más facil tener relaciones sexuales con ella : así, fuera de la estricta unión con un hombre, las mujeres podrían ser potencialmente disponibles para todos los hombres. Así, por un lado, muchas madres abandonadas lo son como resultado de un intento fallido de formar pareja estable con un minero; y por otro lado, deben buscar dinero fácil prestando servicios más o menos abiertamente sexuales. Ya que las infidelidades con un minero siempre son una posibilidad, significa que la presencia de los mineros, en sí, implica una potencial puesta a disposición sexual de todas las mujeres, y la gran asimetría de posición social que implica su presencia en Espinar es a la vez causa y consecuencia de dicha puesta a disposición sexual.
Se puede entonces afirmar que la reconfiguración de las relaciones de socio-económicas impactan la forma concreta que cobra el continuum del intercambio económico-sexual (Tabet, 2005): los servicios sexuales brindados por las mujeres se van mercantilizado, en la base material de una mayor asimetría de acceso a los recursos, y en la base simbólica de la construcción de una femineidad sexualizada y de una masculinidad sexualmente conquistadora.
Conclusiones
Lo analizado aquí en el contexto de Espinar no pretende ser algo nuevo o novedoso; más bien, constituye un ejemplo paradigmático de distintas dinámicas que atraviesan las sociedades andinas a medida que se van articulando a la globalización capitalista (Martínez, 2004). La reconfiguración de las relaciones económicas bajo la influencia de la gran minería ha tenido impactos directos en las relaciones de género y en la división sexual del trabajo, devaluando el trabajo de las mujeres, profundizando el desigual acceso a los recursos, y agudizando los conflictos dentro de las parejas y las familias. Se viene reconfigurando la modalidad de control sobre las mujeres para seguir garantizando la apropiación de su trabajo y de sus cuerpos, lo cual genera una sensación de competencia desleal entre mineros y comuneros. En ese proceso, el (buen) salario es un mecanismo central – lo cual es parcialmente desafiado por las mujeres, en función de sus recursos sociales, económicos, educativos, etc. Finalmente, como se vio, las modalidades concretas del intercambio económico-sexual se desplazan del ámbito estricto de la familia al mercado de servicios, en medio de una profundización de la unilateralidad de la sexualidad vinculada a las crecientes desigualdades de acceso a recursos entre varones y mujeres.
Las transformaciones de las relaciones sociales de género bajo la influencia de la megaminería siguen siendo un tema amplio que merecen mayores indagaciones. Los primeros resultados de esta tesis de maestria subrayan la pertinencia de mobilizar un marco de lectura feminista materialista para pensar conjuntamente las dinamicas socioeconomicas y las relaciones de género. A partir de este trabajo, nuevas interrogantes surgen, entre las cuales, la exploración de paralelos a veces mencionados por las personas con quienes pude hablar: ¿será que “los mineros son los nuevos hacendados”? ¿Los “engaños” de la mina con las comunidades (para poder explotar los minerales) serán el reflejo de los “engaños” de los hombres con las mujeres (para tener relaciones sexuales)? ¿Qué rupturas y continuidades en los patrones de poder en los Andes, desde la Reforma Agraria hasta la megaminería moderna?
Notas de fin
[1] Cita de una joven comunera entrevistada en Yauri, Espinar, abril 2017.
[2] El concepto de intercambio económico-sexual fue acuñado por la antropóloga italiana Paola Tabet en los años 1970. Plantea que, en base a la exclusión de las mujeres del acceso a los recursos económicos (propiedad de la tierra, salario, ingresos, herramientas, etc.), éstas desarrollan una sexualidad “de servicio”, que intercambian con los hombres (entendidos como clase social) que monopolizan el acceso a dichos recursos. Las modalidades concretas de este intercambio varían de un contexto al otro, los dos puntos opuestos en este continuum siendo el matrimonio (en el cual está globalmente apropiado el trabajo productivo, reproductivo, sexual y emocional de las mujeres) y la prostitución – donde se establecen tarifas, temporalidades, etc. El análisis que desarrolla Tabet sobre la violencia de género como mecanismo de sanción para perpetuar la apropiación de la sexualidad y del trabajo femenino en el marco de normas sociales establecidas, permite además pensar estas dinámicas fuera de un marco moralista, y en relación con los intereses materiales concretos que están en juego en las relaciones sociales de género.
[3] “Relaciones sociales de género” como traduccion tentativa del concepto de “rapports sociaux de sexe” tal como lo define Kergoat (2005).
[4] Los estudios sobre la “nueva ruralidad” (Castillo y Brereton, 2018), es decir las relaciones sociales en los Andes, tienden a mostrar lo “artificial” de la dicotomía entre urbano y rural. En el distrito de Espinar, en particular, la ubicación cercana de las comunidades “del área de influencia” al centro urbano de Yauri (entre 20 y 30 minutos en transporte motorizado) implica una fuerte movilidad (a menudo, diaria o semanal) entre comunidades rurales y centro urbano, y cierta fluidez entre ambos espacios. En las palabras de E., mujer de edad media viviendo en Yauri: “Si viven en el pueblo, en los dos viven. La mayoría van al campo, temprano ordeñan la vaca, después dejan en cancha eléctrica, después al medio día van, en la tarde lo cierran, se vienen al pueblo, así. Mayoría ya tienen moto.” Como se detallará más adelante, la repartición geográfica y laboral entre urbano y rural tiene un fuerte componente de género.
[5] La contaminación de los suelos y las aguas del río Cañipía ha sido establecida por varios informes oficiales (MINAM, 2013 ; CENSOPAS, 2014), aunque ninguna responsabilidad ha sido oficialmente establecida.
[6] Las empresas mineras trabajan en base a una tipología de zonas de afectación social y ambiental, lo que da distintos derechos y posibilidad de negociación a las comunidades ubicadas en las zonas “de impacto directo” o “indirecto”.
[7] Entre otras, entrevistas a una profesora del colegio de Tintaya Marquiri, a un comunero y a la presidenta del Club de Madres de la comunidad.
[8] Es difícil construir una cifra estable sobre las infidelidades ; sin embargo, los y las entrevistadas consideran que en promedio una quinta parte de las infidelidades serían por parte de las mujeres. Según el Tribunal Mixto de Espinar, las separaciones provocadas por la infidelidad y/o decisión de irse de una mujer son apenas una décima parte del total de sus expedientes. La abundante mayoría de separaciones serían, entonces, provocadas por hombres que “abandonan” a su familia por “conseguir otra pareja” – lo cual veremos en la siguiente parte del presente artículo.
[9] Con expresiones como “mariposa borracha”, “mujer en perdición”, pero también que “toman como hombres”.
[10] Por lo general, se limitan a las mujeres empleadas por las instituciones del Estado: en el municipio, en programas sociales o de desarrollo, o en instituciones judiciales. Según el gerente de Recursos Humanos de la municipalidad, las mujeres que trabajan en el municipio ocupan en mayoría las categorías de trabajo más bajos, indicando que dichas mujeres con mayores recursos sociales y económicos son una minoría.
[11] “Blanqueada” en el mismo sentido que Marisol de la Cadena habla de la “desindianización” de los hombres campesinos a través de su contacto con la urbanidad y el empleo remunerado.
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Para citar este artículo
Caroline Weill, « ‘El dinero, machista lo vuelve al varón’: conflictos, separaciones y reconfiguraciones de las relaciones de género bajo la influencia de los proyectos mineros en Espinar (Perú)», RITA [en ligne], n°14 : septembre 2021, mis en ligne le 23 septembre 2021. Disponible en ligne: http://www.revue-rita.com/articlesvaria14/el-dinero-machista-lo-vuelve-al-varon-conflictos-separaciones-y-reconfiguraciones-de-las-relaciones-de-genero-bajo-la-influencia-de-los-proyectos-mineros-en-espinar-peru-caroline-weill.html